El protagonista de esta historia es un niño, no tan inocente, porque en la escuela un amiguito suyo le contó que la mayoría de los adultos guardan secretos oscuros y escabrosos. Y que existía una forma de asustarlos y chantajearlos, simplemente diciéndoles: Ya sé toda la verdad.
El chico, muy entusiasmado, se fue a casa y probó lo que le dijo su amigo.
Llegó y le dijo a su madre: — Ya sé toda la verdad.
Ella echó las manos a su cartera, le dio un billete generoso y le dijo: — Bien. Pero no se lo cuentes a tu padre.
Más contento que unas pascuas, el chico esperó a que su padre llegase a casa y, en cuanto lo escuchó entrar, fue corriendo a decirle: — Ya sé toda la verdad.
Su padre hizo lo mismito que su madre. No tardó en darle a su hijo un billetazo mientras le decía en voz baja: — Por favor, no le cuentes ni una palabra a tu madre.
El chaval estaba contentísimo. Así es que al día siguiente, antes de irse a la escuela, se le ocurrió probar el truco con el cartero. Lo vio llegar y le soltó: — Ya sé toda la verdad.
El cartero tiró la correspondencia al suelo y se arrodilló abriendo los brazos: — Oh, hijo… ¡Ven a darle un abrazo a tu padre!