Aunque no quieras, aunque te opongas, hay relaciones que terminan y no puedes evitarlo. Su final abre una brecha de dolor, que te afecta ahora y sigue afectándote por mucho tiempo.
Quizás no eres consciente de todo el daño que te haces aferrándote a lo que ya no existe. Si lo fueras, intentarías liberarte de esa atadura en cuanto te fuera posible.
¿Por qué te resistes a aceptar que la relación acabó?
¿Es por la sensación de fracaso? Puede que no quieras ver desperdiciado tanto tiempo, cariño y esfuerzo. Por eso continúas buscando una milagrosa reconciliación.
Aunque, muy dentro de ti, sabes que la relación está herida de muerte y que tú sigues luchando sólo por no sentirte peor.
También sabes (o te darás cuenta pronto) que aferrándote a la relación estás negándote o retrasando más de lo necesario la oportunidad de curarte.
Y va pasando el tiempo…
Mantienes vivo el dolor o lo dejas que permanezca latente, hasta que surge la ocasión de entablar una nueva relación y, entonces, lo despiertas.
Te preguntas con preocupación: ¿Me ocurrirá lo mismo? ¿Qué hice mal entonces? ¿Cómo puedo evitarlo esta vez?
El fracaso sigue pesando sobre ti. La sensación de culpa está adherida a este nuevo comienzo. Tu autoestima también está afectada.
¿Y tu ex? ¿Qué es de su vida?
Él/ella supo dejar atrás el dolor. ¿No es hora de que tú también lo hagas?
Es hora de abandonar el sabor del fracaso y de quedarte con lo aprendido; con lo que has descubierto de las relaciones… y de ti mismo.
Es hora de amar de nuevo, sin ataduras.
Imagen de Shirin Winiger