Carlos y Julia no se conocen hasta que acuden a su primera cita. Sí, una cita a ciegas. ¡Qué bien!
En este caso, no. La cita va tan mal que Carlos está buscando desesperadamente una excusa para marcharse. Su cara de fastidio es un poema.
Por suerte para él, su amigo Federico quedó en llamar a Carlos en mitad de la cita para preguntarle cómo iba el asunto. Y, ¡al fin!, suena el teléfono.
Carlos atiende la llamada. Escucha a su amigo un minuto y exclama: – ¡Oh, no!
Cuando cuelga, le dice rápidamente a Julia: – Tengo que irme. Mi abuela ha muerto.
Julia (una mujer con mucha experiencia en lo que a citas se refiere), le contesta: – Gracias a dios. Mi abuela estaba a punto de morirse también.